Uno de los lugares mas fascinantes de toda Roma (y mira que los hay) es la Basílica de San Clemente, a trescientos cincuenta metros del Coliseo. Podríamos pasarnos días y días sin parar de relatar las maravillas que contiene: una iglesia del siglo XII, otra del siglo IV y un templo de Mitra del siglo I, cada construcción debajo de la anterior. Hay incluso un cuarto nivel, que no se visita, al que pertenecen edificios destruidos durante el incendio de Nerón del año 64. Personalmente, es un lugar que recomiendo visitar a todo el mundo que viaje a la capital italiana. Como se recorren tres niveles, con cada tramo de escaleras que se baja se retrocede varios siglos en el tiempo.
Tratar de reseñar aquí todas las obras que se pueden contemplar tras sus muros carece de sentido, así que vamos a centrarnos en algunos de los frescos del nivel intermedio, ya que no queda otro remedio que considerar a San Clemente como una de las joyas del Románico, al menos en lo que a pintura se refiere. El resto de la basílica tendrá su oportunidad en otra ocasión.

Comenzamos con un fresco de la era del Papa Leon IV (847-855). Representa la Ascensión de Cristo, aunque algunos autores piensan que se trata de la asunción de la Virgen. A la derecha se encuentran otras escenas de la vida de Cristo, contemporáneas de esta.
En el nártex, justo por detrás, al otro lado del muro, están los frescos de la leyenda de San Clemente, fechados a finales del siglo XI o principios del siglo XII. Son dos, uno representa el milagro acaecido en su tumba y el otro, la llegada del cuerpo de San Clemente a Roma. Un tercer fresco, con el episodio de Sisinio, se encuentra en la nave izquierda, un poco antes del llegar al altar.
Para que os hagáis una idea del conjunto en su totalidad, sólo he conseguido estas tres imágenes, que son algo pobres, pero es que son extremadamente difíciles de conseguir. La primera es la del traslado de las reliquias; la segunda, la del milagro en el mar de Azov; la tercera, el episodio de Sisinio. Luego las veremos con más detalle. Quedaos con dos cosas: el Papa León IV, después del terremoto del año 847, encastró los muros con ladrillo para evitar el riesgo de la iglesia sobre su nivel inferior (de ahí que los frescos se encuentren «cortados» por su parte superior). Las pinturas fueron encargados por Benone di Rapiza, cuya figura se representa debajo del primero de los frescos junto con su mujer, Maria Macellaria, y sus hijos.



San Clemente murió martirizado: según cuenta la tradición cristiana, estuvo exiliado en Crimea y continuó con sus labores de misionero hasta que, después de hacer brotar agua de un pared rocosa, los romanos lo lanzaron al mar de Azov con un ancla atada al cuello, con el propósito de que su cuerpo no pudiese ser recuperado. Sin embargo, unos ángeles le enterraron en una ermita bajo el agua. Desde entonces, una vez al año, las aguas se apartan dos mil pasos y dejan ver su tumba, creada milagrosamente. En una de estas ocasiones, un niño quedó atrapado por la marea y no pudo regresar, siendo rescatado por su madre sano y salvo durante la retirada de las aguas, al año siguiente. Esto es lo que representa el primero de estos dos frescos, conocido como Il Milagro del Mar d’Azov.

El otro fresco del nártex, Traslazione delle reliquie di San Clemente, muestra como los restos de San Clemente fueron trasladados por los santos Cirilo y Metodio desde Crimea a Roma, donde les recibió personalmente el Papa Adriano II, ya que salió en procesión para acoger dignamente las trazas del santo.
Obsérvese que en el fresco se indica que el nombre del Papa que recibe las reliquias es el de Nicolás, antecesor del Papa Adriano II. Parece haber cierto consenso a que se trata de un error del artista.
El tercer fresco con estas mismas características, ya no se encuentra en el nártex, sino en el interior de la basílica: como parte de la leyenda de San Clemente, narra el episodio di Sisinio, prefecto pagano.

En la parte superior vemos la L’intervento di Sisinio mentre San Clemente celebra la messa, imagen que representa a éste durante la celebración de la misa. La mujer de Sisinio, Teodora, se había convertido al cristianismo sin el consentimiento de éste, prometiendo mantenerse casta para siempre. Sisinio, con razón o sin ella, montó en cólera y, un día, decidió seguir a su mujer hasta una casa particular en donde se celebraban los ritos cristianos, irrumpiendo con sus hombres durante la ceremonia (este es el momento que se representa). Súbitamente, Sisinio queda ciego y sordo, por lo que debe marcharse, ayudado por un acompañante.

En la parte inferior se relata otro momento de este relato. Clemente, haciendo honor a su nombre, acude al palacio del prefecto para sanarle y éste termina por recuperar sus sentidos. Sisinio, a pesar de todo, sospecha de que se trata de un engaño con el objeto de conquistar a Teodora, así que, enojado, ordena a sus sirvientes que prendan al santo. Pese a que intentan obedecerle, de nuevo se obra un milagro, de forma que los sentidos de los presentes se confunden y los criados se encuentran tratando de transportar una pesada columna en su lugar. San Clemente, en un correcto latín, les espetó: «A causa de la dureza de vuestro corazón, habéis merecido transportar piedras».
Esta imagen tiene un especial interés, pues esta repleta de inscripciones en lengua vernácula, es decir, son uno de los primeros testimonios históricos de que el idioma italiano se estaba gestando en ese momento y son de un gran interés desde el punto de vista lingüístico.
Aquí se puede identificar a todos los personajes. A la derecha, dando las órdenes, está representado Sisinio. Sus tres hombres se llaman, de izquierda a derecha, Carvoncelle, Albertel y Cosmari. Carvoncelle exclama: «Falite dereto co el polo», que en italiano actual sería algo así como «Spingete diestro col palo», o sea: «Empujad recto el poste»; a lo que un encolerizado Sisinio responde en el otro extremo: «Alambre de le pute traite», es decir: «Figli di puttana, tirate!», o sea: «¡Tirad, hijos de puta!».