Mucho antes del terremoto de Lisboa de 1755 sucedió el terremoto de Carmona. La mañana del 5 de abril de 1504, Viernes Santo para más señas, tuvo lugar un seísmo de magnitud siete, según la escala de Ritcher. En Sevilla, se hundieron las techumbres de las iglesias de San Francisco («cayó un pedazo de la iglesia y mató a dos o tres mujeres») y de San Pablo, produciéndose numerosas grietas en la catedral, que estaba construyéndose, como cuenta Andrés Bernáldez, confesor de la reina Isabel en su Historia de los Reyes Católicos. A partir de la página 192 del tomo III de los Anales de Sevilla, del historiador Diego Ortiz de Zúñiga (1796), podéis leer con todo lujo de detalles una descripción de lo ocurrido (merece la pena). En la página 194 se da cuenta de la creencia de considerar a los terremotos como castigo de Dios: «Quedó la Ciudad tan poseída de temor que los Predicadores tomaron motivo para remediar culpas, y se hicieron muchas rogativas y procesiones…». Los mismos Reyes Católicos (Isabel moriría en noviembre de ese mismo año) escriben una carta a la ciudad, para que persistan en su actitud e imploren la misericordia del Señor con sus ruegos. Paulatinamente, parece ser que lo consiguieron, a pesar de que hubo otros terremotos mas pequeños durante el verano que continuaron atemorizando a la población: «…se añadió peste y hambre, porque ademas fué el año muy estéril, y de malignos ayres…»
La Torre del Oro resultó dañada, y en un manuscrito de la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla (la de la catedral, se accede por la calle de los Alemanes) se dice que «se vio la torre de la Iglesia Mayor [la Giralda] removerse y temblar de manera que de suyo cinco o más veces tocaron las campanas, y algunos dicen que vieron abierta la dicha torre abierta por sus cuatro esquinas». La tradición popular atribuye a las santas Justa y Rufina la salvación del alminar. No era el primer terremoto que soportaba la Giralda: en 1356, el yamur, vástago vertical equivalente musulmán a las cruces que rematan las torres cristianas, fue destruido por otro seísmo.
Murillo, en una de sus obras mas celebradas, refleja el origen humilde de las dos mártires cristianas mediante las cerámicas que se encuentran en la parte inferior. Eran huérfanas, por lo que tuvieron que sobrevivir con su tienda, que montaron en la Puerta de Triana (que no se encontraba en Triana, sino en el Arenal). Son mártires, pues se muestran con una palma en la mano, objeto que el padrino regalaba el domingo de Ramos para el bautizo de la noche del Sábado Santo. Es una pintura sobresaliente, y destaca entre la apabullante colección de pintura religiosa del Museo de Bellas Artes de Sevilla; también destaca entre todas las obras que se encuentran en la sala dedicada a Murillo.
No es la única vez que Murillo representó a las santas Justa y Rufina, patronas de Sevilla. En el Meadows Museum de Dallas hay otra representación de las hermanas mártires, esta vez por separado.
Además, en la bóveda de la Sala Capitular de la Catedral de Sevilla, junto a su Asunción, de 1668, hay ocho retratos circulares de santos, entre los que se encuentran los de Justa y Rufina. Son las dos de la izquierda, en la fotografía.
En el Museo de Bellas Artes de Sevilla hay otro cuadro que hace referencia a santos y terremotos: se trata de un episodio de la serie de doce lienzos vida y milagros de San Francisco de Paula. Su título es Terremoto detenido por la intercesión de la imagen de San Francisco de Paula:
Se desconoce con exactitud que terremoto es el que representa. La escena corresponde a una ciudad española del siglo XVIII. Las obras de la serie son de factura descuidada y su valor reside en la minuciosidad con la que se describen los milagros.